Antes de nada...

Este es un blog en el que se publica una historia, cada entrada la continúa empezando desde la más antigua, la parte uno.
NO es el fenómeno literario de la década, tan solo una historia aun sin acabar, con muchas cosas que corregir, muchos detalles que añadir y sin ni siquiera un título...es un conjunto de "hojas en sucio", un borrador.
Dicho esto únicamente espero que lo disfrutéis y por supuesto critiquéis.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Capítulo 1.


UNO
LO QUE PARECE UN PRINCIPIO

¿No da a veces la sensación de que todo está escrito? Las cosas que pasan, las personas que conoces, las veces que te caes, las que te levantas… Lo llaman destino, también causalidad, y yo creo ciegamente en ellos. ¿No es cierto que cuando te enamoras crees que estáis hechos el uno para el otro? O esa sensación de ir a un país diferente y saber que estabas destinado a ir allí, escuchar a tu grupo favorito y que no te quepa ninguna duda de que naciste para disfrutar esa música.
Es fácil contar historias. Historias bonitas, intensas, tristes… y la mayoría de gente piensa que no tiene historia, que su vida es una más. No es así, ¿hemos dicho que está todo escrito no? y yo misma tardé en darme cuenta, pero ahora sé que cada historia es grande y esta es la mía.
Me llamo Clair, bueno Clair Hidi. Nací el 1 de Abril de 1994 en un pueblo de Botswana, concretamente en Lentsweletau, África. Aunque mis padres no son africanos ninguno de los dos, pero el destino los unió allí hace unos quince años cuando mi madre trabajaba para una asociación que mandaba ayuda a aquel poblado y mi padre simplemente estaba allí haciendo lo que más le gusta, conociendo mundo.
Y allí nací yo, fruto de un flechazo. De ahí mi segundo nombre, Hidi significa raíz, mis padres me lo pusieron por recuerdo a mi raíz africana, a ellos les enamoró aquel lugar.
Después de aquello, mi padre se mudó a Australia con mi madre y conmigo.
Así es, ahora vivo en Australia, en un rancho que podría decirse que está en medio de la nada, pero me encanta. Está en una zona muy seca, en pleno Outback, aunque, por suerte, a escasos kilómetros de mi casa comienza una zona de selva a la que mis padres me tienen terminantemente prohibido acercarme. Nunca llegué a comprender por qué mis padres habían decidido vivir en medio de desierto.
 Mi casa es blanca rodeada de la típica valla y con un porche más o menos amplio, nada del otro mundo la verdad pero lo que realmente me gusta es la cabaña que está junto a la cuadra, mi padre me la hizo y allí tengo mis cosas, es como mi “refugio”. Me gusta que esté junto a la cuadra, donde está mi yegua Nala. Fue un regalo por mi décimo cumpleaños y es realmente  bonita, es una yegua con el pelo negro intenso. Tiene también los ojos negros con una pequeña mancha blanca entre ellos, como si hubieran dejado caer una gota de leche sobre su cabeza.
Para mi era perfecta, solía cabalgar todos los días con ella alrededor del rancho y a veces me alejaba un poco cuando podía, ya que mis padres no eran especialmente permisivos.
Pero bastaba estar sentada sobre Nala, sintiendo el viento y bueno, tragándome miles de mosquitos mientras atravesaba las nubes de polvo que yo misma levantaba. Aunque me gustaría haberme alejado más y poder explorar un poco, no me dejaban, y me costaba creerlo ya que mis padres ambos eran aventureros deseosos de riesgo, pero por lo visto se había marchitado ese espíritu. La rutina de mis padres cada día había hecho de ellos un par de robots incapaces de sentir ambición por sus propios sueños y eso me incluía por lo visto.
En resumen mi vida era bastante normal, tan solo era una adolescente un poco bohemia, inocente y bastante rara… castaña con el pelo largo, ojos azules oscuros, no muy alta, delgada y que odiaba llevar zapatos. Diría que me gustaba mi vida aunque era demasiado corriente, al menos para mí.
Pero a parte de la normalidad había muchas cosas que deseaba cambiar, nunca he sido una chica muy sociable y si a eso le añades que vivía a kilómetros del resto de la civilización resulta que es realmente difícil hacer amigos, ni siquiera en el colegio. Me limitaba a ir allí, sonreír y asentir con la cabeza hasta que llegaba la hora; nunca encajé con nadie, yo era más bien rarita para ellos nunca supe por qué. Aunque realmente nunca he necesitado ser aceptada, simplemente me llevaba bien con todos pero ninguno de ellos significaba nada especial para mi, siempre he tenido mi propio mundo en el que solo entraba mi casa, mi familia que eran Nicole; mi madre y John; mi padre, Nala y todas esas cosas que ansiaba conocer y que podía ver incluso desde la ventana de mi habitación. 

Siempre he pensado que veía la vida de un modo distinto al resto, pero no sabía exactamente que modo era ese, solo que me gustaba aunque a veces me sentía sola, sentía que me faltaba algo y que no soportaba más la monotonía que me impedía descubrir qué era.
Y así era mi vida, monótona, aburrida… y al no tener amigos tenía tiempo libre suficiente como para pensar una y otra vez en miles de cosas que me rondaban y no solo las pensaba, todas se las contaba a Nala mientras cabalgábamos o mientras la limpiaba en su cuadra; sí, nunca he sido una persona muy cuerda que digamos, pero así era yo.

Hacía un tiempo que algo alteraba esa rutina mía tan aburrida y a la vez relajada. Llevaba un tiempo que cuando me arriesgaba a acercarme más a aquella zona que mis padres me prohibían, acababa sintiéndome rara; escuchaba ruidos extraños, cuando montaba me daba la sensación de que me seguían y me miraban, estuve sintiéndome así un tiempo – pensaba que me había vuelto loca – y decidí dejarlo correr, hasta aquel día.

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