Antes de nada...

Este es un blog en el que se publica una historia, cada entrada la continúa empezando desde la más antigua, la parte uno.
NO es el fenómeno literario de la década, tan solo una historia aun sin acabar, con muchas cosas que corregir, muchos detalles que añadir y sin ni siquiera un título...es un conjunto de "hojas en sucio", un borrador.
Dicho esto únicamente espero que lo disfrutéis y por supuesto critiquéis.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Capítulo 2.


DOS
ENCUENTROS

Era un sábado nublado, sobre las diez de la mañana estaba montando con Nala -extraño en mí salir tan temprano- y decidí  saltarme un poco las reglas así que cabalgué decidida hacia los comienzos de la selva, no muy lejos. La sensación de la adrenalina corriendo por mis venas al avistar los primeros signos de vegetación tropical me hicieron sonreír orgullosa, apretando cada vez más la carrera de Nala.
Al llegar, hice aminorar la velocidad del caballo para empezar a adentrarme con cuidado en aquel lugar que olía a humedad, al rocío de la mañana sobre las hojas de los árboles.
Volvía esa sensación de sentirme observada, no me gustaba. Me giré más de una vez para comprobar que estaba sola, que todo eran cosas mías y continué avanzando con cuidado, cada vez más lento. 
Llegué a un claro, no muy grande, me bajé del caballo y, sin dejar de sujetarlo, comencé a caminar observando el paisaje verde que me rodeaba. Aun no había girado ni 180º sobre mí misma cuando pude avistar una figura oscura tras los árboles, en un primer momento me asusté de veras, pero aún así comencé a caminar acercándome despacio a aquella silueta que apenas podía ver a través de los árboles.
Cuando ya estaba frente al árbol, aparté temblorosa las ramas que me impedían ver a la misteriosa figura y, forzándome a mi misma a mirar, pude ver a un chico, un aborigen, alto de piel mulata con unos enormes ojos oscuros, una melena castaña y rizada recogida en una cinta y con una barba corta de tres días; llevaba tan solo un taparrabos bastante sencillo, los tobillos y los brazos decorados con plumas y el torso, visiblemente fuerte, al descubierto… eso sin mencionar que no llevaba zapatos. Tenía una expresión de curiosidad y a la vez algo defensiva, yo no pude articular palabra, me quedé paralizada unos segundos observándole e intentando atisbar en sus gestos alguna idea de hacerme daño, pero solo veía la expresión de un joven tan extrañado como yo.
Segundos después, el desconocido chico comenzó a hablarme en un idioma que yo desconocía, torcí el gesto y él paró, se rascó la nuca…
-Anouk –balbuceó, a la vez que me tendía su mano-
-Clair –contesté y le estreché la mano, algo indecisa-
Mantuvimos las manos cogidas unos segundos moviéndolas de arriba abajo, hasta que hubo momento que resultó algo cómico y ambos reímos. 
-¿Puedes hablar mi idioma? –le pregunté, casi gritando-
-Un poco, sí –dijo Anouk, con cierta dificultad- 
Suspiré, era un alivio que al menos pudiera hablar mi idioma, ciertamente la situación había despertado mi curiosidad.
-Siento si te he asustado, cuando te escuchábamos cabalgar cerca me mandaban a ver quién eras y hoy lo mismo –se disculpó-
-Ah, era eso. No te preocupes, es normal… supongo.
Entonces, Anouk señaló a Nala y una sonrisa le surcó la cara
-¿Tuya? –preguntó, caminando hacia ella-
Asentí sonriéndole y fui hacia Nala detrás de él, que parecía asombrado.
-Preciosa –dijo para sí-
Cuando me dí cuenta, Anouk tenía la mano sobre el morro de Nala, le susurraba y ésta comenzó a inclinarse para seguidamente tumbarse en el suelo. Me quedé asombrada observando la escena, Anouk acariciaba a Nala cariñosamente y me miró sonriendo haciéndome un gesto para que me acercara. 
-¿Cómo has hecho eso? –pregunté, aun embobada-
-Le dije que lo hiciera –contestó encogiéndose de hombros-
-¿Hablas con el caballo?
-Es complicado –dijo en una risa, por lo que dejé la pregunta-
-¿Vives por aquí cerca?
-Más o menos –dijo señalando al interior de la selva con el  dedo-.
Asentí y Anouk se sentó en el suelo al lado de Nala, que aun estaba tumbada y empezó a dar golpecitos con la mano a un lado suyo, para que me sentara con él, y lo hice. Comenzamos a hablar como pudimos, a él le costaba un poco pero podíamos hablar bastante bien.
Me habló de su tribu, de su gente y de cómo vivía; no sabía que aun quedaban poblados aborígenes en los que se viviera como Anouk me dijo, cazando y recolectando para comer… fue una conversación muy interesante, para mí las cosas que me contaba me resultaban de lo más curiosas y disfrutaba hablando con él.
También me tocó hablar de mí, aunque no tenía mucho que decirle desde luego, nada que yo pudiera decir podría ser tan interesante como cualquier historia suya.
La situación resultaba surrealista desde mis ojos, hablando con alguien desconocido en esas circunstancias, cómo iba a imaginar cruzarme con alguien como ese chico. Dudé más de una vez si podía ser peligroso pero, francamente si de algo pecaba, era de confiada.
Hablamos durante horas y cuando me di cuenta era la hora de almorzar y pegué un brinco.
-¿Qué ocurre? –quiso saber-
-¡Es tardísimo!, tengo prohibido estar aquí, debo irme.
Anouk estaba ligeramente desconcertado, pero finalmente asintió y se puso en pie.
-¿Volver a verte Clair?
-¡Claro! Espero que volvamos a vernos Anouk, me ha gustado conocerte –dije sonriendo-
Pasaron escasos segundos y Anouk, con expresión seria, acarició mi mejilla con la suya y salió corriendo antes de que pudiera reaccionar. Me subí a mi caballo y galopé de camino a casa lo más rápido que pude. Mientras regresaba pensé, me había acariciado la mejilla. Ningún chico me había besado si quiera en la mejilla antes, de hecho nunca había tenido un contacto tan cercano con un chico. Me sonreí, era una sensación agradable.

Al llegar, mi madre me esperaba en la puerta, con esa cara característica suya cuando se enfada.
-¿Estás loca Clair? Llevo horas buscándote, ¡tu padre ha salido a buscarte también!
-Lo siento mamá, se me fue el tiempo –dije con la cabeza gacha, sin apenas vocalizar-
No tenía ganas de dar explicaciones, necesitaba libertad y yo era de todo menos libre.
Mi madre se dedicó los quince minutos siguientes a hacer preguntas y a echarme una bronca que parecía tener preparada y todo. Hice caso omiso y cuando terminó me fui a mi cuarto a cambiarme antes de comer.
Lancé las botas negras de montar de una patada a la esquina de mi habitación, me quité los pantalones vaqueros, manchados de verdina y de tierra, al igual que la sudadera gris ancha que llevaba y aun en ropa interior me dejé caer sobre mi cama. Clavé mis ojos en el techo, donde tenía colgado un póster de Abbey Road de los Beatles, sin poder dejar de pensar en Anouk, me interesaba absolutamente todo lo que rodeaba a ese chico,¿cómo diablos podía ir sin apenas ropa en pleno invierno? ¿y descalzo por la selva y el desierto? ¡por qué yo no podía ir igual!. Me eché las manos a la cara, pensando en las infinitas posibilidades que había de que ese misterioso joven fuera producto de mi imaginación. Pero esta vez no era así. Nunca había conocido a nadie como él, ni en el colegio ni en ningún lugar había visto nunca alguien que se le pareciera. Lo cierto es que el tema de los aborígenes era algo tabú en mi casa, aun quisiera saber la razón.
Los pensamientos inundaron mi cabeza, las preguntas y las curiosidades, cuando sentí un leve crujido en mi estómago, era la hora de comer. Me incorporé y me puse una camiseta de mangas largas y unas calzonas celestes para ir por casa y por supuesto, no llevaba zapatos, cosa que mis padres odiaban.
Bajé al comedor, mis padres ya estaban comiendo la pasta que mi madre había preparado. Me puse un plato y comencé a comer, casi estuve en silencio toda la comida mientras mis padres conversaban sobre lo interesantísimo que ha sido para mi madre el trasplante que había hecho ese día.
Terminé y fui al salón donde tenía el piano de pared de mi padre y estuve tocando, mi padre me enseñó a hacerlo cuando era niña y lo amaba. La música era otra de mis pasiones, también tocaba la guitarra, la armónica y me encantaba cantar.
Pasé en el piano un buen rato y después subí a mi cuarto a estudiar un poco, o a fingir que lo hacía… generalmente no necesitaba estudiar, solía aprobar sin hacerlo aunque no con notas brillantes, claro. Me senté en el suelo de mi habitación, sobre la alfombra, con los libros de biología y matemáticas delante y cogí uno de los cuadernos. Comencé a dibujar, al principio las típicas tonterías que te distraen, luego lo pensé bien y me concentré en el rostro de Anouk, le dibujaría a él. Quería asegurarme de que si no volvía a verlo, al menos no olvidaría aquella cara. No se me daba mal pintar y solía hacerlo así que con mi bolígrafo de tinta líquida negro y una hoja de cuaderno empecé a trazar la forma marcada de su mentón llegando a la barbilla y haciendo así la forma de su cara. Seguí por sus grandes ojos marrones, después de sus cejas a su nariz y finalmente pinté sus labios. Contemplé mi boceto algo indecisa y le di rápidamente las sombras.
Arranqué la hoja del cuaderno y la miré fijamente, para mi sorpresa era perfecto, le plasmé esa expresión de curiosidad en la cara de la primera vez que le vi. 
Después de observarlo un par de minutos buscando fallos –yo era muy perfeccionista cuando pintaba- caí en algo que no había pensado hasta entonces… Anouk era realmente guapo, sus facciones duras y tan serenas a la vez. Tenía un rostro especial. 
Jugueteando con el bolígrafo en el cuaderno e intentando leer algo de lo que tenía que estudiar, al final, me había quedado dormida en el suelo, con la cabeza apoyada en la madera de la cama. Ya era tarde, casi anochecía y me sentía desanimada siempre que dejaba pasar una tarde sin hacer nada, odiaba desaprovechar el tiempo.
Recogí mis libros, me senté en el escritorio y alcancé mi diario de la estantería que había sobre la mesa. Escribí todo lo que había ocurrido, de cabo a rabo, doblé mi dibujo de Anouk y lo guardé en la página de aquel día, con la esperanza de que ese chico que había conocido no quedara perdido en las páginas de mi diario.
Me duché después de eso y mi madre me llamó para cenar, aunque no tenía mucha hambre y me fui directa a la cama con mi libro, Paraíso Inhabitado, que me encantaba desde luego. 
Casi pasé dos horas leyendo y terminé el libro, que tampoco era muy grueso, y lo dejé sobre mi mesilla de noche.  Clavé los ojos en las pequeñas luces que rodeaban mi cama, yo misma las puse ahí por la luz tan tenue que daban a la habitación y me puse a pensar en esas cosas que piensas antes de dormir, en todo y en nada a la vez, que sea lo que sea se acaba mezclando con el sueño que estás a punto de tener y cuando pasaron unos minutos, justo cuando estaba pensando en lo mucho que me gustaba la mecha roja que una compañera de clase se había puesto, me quedé dormida. 

Pasaron los días y las semanas tan monótonas como hasta entonces, no ocurrió nada salvo el cumpleaños de mi padre, que lo celebramos en casa de mi abuela con el resto de mi familia paterna.
No había vuelto a ver a Anouk ni a saber de él, pensé en volver a ir a la selva, pero no podía arriesgarme, si mi padre hubiera comprobado que no estaba en los alrededores antes de que llegara yo, me podría haber ido olvidando de montar con Nala y no quería que se repitiera ese riesgo.
Ya terminaba julio, era una noche fría y, después de cenar, me hice unas palomitas y me puse la película de Moulin Rouge tirada en el suelo de mi cuarto sobre el edredón que había puesto en él. Me encantaba estar echada viendo una película y comiendo palomitas, en el calor de mi cuarto con las luces pequeñas encendidas… era de esos momentos en los que respiras hondo y sueltas el aire lentamente, sintiéndote realmente tranquila.
Canté todas las canciones de la película gritando como una loca, me las sabía de memoria. Cuando la película terminó, me acerqué al televisor a quitarla, aun con lágrimas en los ojos y dispuesta a poner otra película -adoraba pasar noches enteras viendo películas- y entonces la ventana de mi cuarto se abrió de repente con un golpe seco. Dí un brinco y retrocedí en cuclillas hasta la esquina de mi habitación. Me temblaban las piernas, empecé a oír golpes en la pared y, de repente, alguien entró de un salto por la ventana. No pude verlo ya que tenía la cara tapada con un cojín, si me iban a matar prefería no verlo. Cuando vi que los segundos corrían y no ocurría nada, bajé el cojín lentamente, con los ojos entrecerrados y las manos temblorosas como una gelatina y observé la figura de un chico frente a mí. Era él.
Anouk me observaba con una sonrisa de oreja a oreja, al parecer subir hasta ventanas de guardillas era muy normal… Me quedé sin habla un instante y luego reaccioné.
-¿Anouk? Pensé que no volvería a verte, ¿cómo has…?
- ¡Shh! –me interrumpió- Si gritas tus padres nos oirán.
Entonces caí en la cuenta, eran las dos de la madrugada y había un joven aborigen sin apenas ropa en mi habitación. Si mis padres se enteraban me mataban.
-Ven conmigo, vamos –le susurré a Anouk cogiéndole del brazo y arrastrándole hasta la puerta-
Anouk me siguió sin pensarlo dos veces y, sin soltarle el brazo, le llevé por toda mi casa hasta la puerta de entrada. La abrí con cuidado y salimos fuera de la manera más sigilosa posible.
-Por la ventana habría sido más fácil –añadió divertido-
-Realmente habría sido más fácil que no me dieras ese susto ¿no crees? –murmuré irónica-
Corrí hacia la cabaña y Anouk me siguió, hacía muchísimo frío y yo tan solo había salido con una sudadera de pijama  y un pantalón corto.
Entré en la cabaña seguida de Anouk, que se quedó sorprendido al verla; el suelo estaba con una moqueta muy gruesa y las paredes cubiertas de trozos de telas de colores diferentes, había una cama, un sofá, televisión, mi guitarra, mi teclado eléctrico y todo lo que necesitaba. Lo que me fascinaba de esa cabaña es que era como estar dentro de un cojín, entre el suelo, las paredes y todos los cojines y mantas que tenía repartidos por allí… era mi otra casa.
Se paseó curioso por la cabaña, mostrando su asombro ante un lugar tan colorido, desde luego lo era. Luego se volvió hacia mi con una amplia sonrisa.
-Bien –dije- ahora es cuando me explicas cómo es que has aparecido en mi habitación de improvisto.
- No lo sé –contestó, encogiéndose de hombros- me acordé de ti y vine.
-¿Has venido a pie? –pregunté alarmada-
- En caballo, yo también tengo –añadió riendo- lo he dejado con Nala.
-Madre mía, esto es de locos –murmuré por lo bajo- si te pillan aquí…
-No te preocupes Clair, nadie va a enterarse.
En ese momento me di cuenta de que Anouk hablaba mi idioma a la perfección, mucho mejor que como lo recordaba.
-¿Cómo es que hablas tan bien ahora? –inquirí-
-Mi madre me ha estado dando unas lecciones, ella sabe hablar tu lengua muy bien –dijo orgulloso-
Le sonreí y me senté sobre la cama, con las piernas cruzadas a lo indio y Anouk inmediatamente se sentó frente a mí en el suelo.
Estuvimos hablando de cómo nos había ido hasta entonces, también me pidió que le contara de qué iba la película de Moulin Rouge y que le hablara de mis padres, hoy Anouk venía preguntón, ésta vez me tocó hablar a mi más, por desgracia, ciertamente me gustaba más escuchar que hablar, no solía hablar mucho sobre mí, era bastante reservada. 
Pasó un buen rato y decidí que podíamos ver una película, según me dijo Anouk, nunca había visto una.
Miré las películas que tenía allí, que no eran muchas pero tenía Titanic, pensé que era la típica película que todo el mundo tiene que ver alguna vez y él no iba a ser menos.
Puse Titanic en la televisión de la cabaña y tiré unos cojines al suelo, frente a los pies de la cama y nos sentamos allí, apoyando la espalda en el borde de madera y sentados en el suelo frente a la pantalla.
Cuando la película estaba acabando, yo casi daba cabezadas pero Anouk tenía los ojos como platos y, para qué mentir, se le estaban saltando las lágrimas. Esbocé una sonrisa al verle, adoraba ese tipo de cosas, ver a un tipo duro llorando era una de ellas.
La película terminó y me levanté a quitarla, Anouk fingía estar impasible, creo que no le gustaba la idea de que una chica le viera llorar.
-Llorar es humano –le dije con media sonrisa, poniéndome en cuclillas a su lado-
-Lo sé –asintió riendo mientras una lágrima, que rápidamente se secó, caía por su mejilla - ¿Y todo eso ocurrió en la realidad? –preguntó con voz ronca-
-Por desgracia sí, ya hace mucho tiempo pero así es –le contesté-
-Vaya...
Le dí un golpecito amistoso en el brazo y desvié la vista a la ventana, estaba a punto de amanecer. Anouk se levantó.
-Tengo que irme, a mi familia no le gusta que salga solo y pronto se darán cuenta de que no estoy –dijo Anouk, echándose el pelo –hoy sin cinta- que le caía en la cara hacia atrás-
-Claro, vamos.
Apagué las luces y me dirigí a la puerta seguida por él. Salimos fuera, nos quedamos parados mirando amanecer en el horizonte. Hacía mucho frío, pero los rayos de sol que comenzaban a salir lo compensaban ligeramente.
Anouk fue a por su caballo, era un brumbie precioso.
-¿Cómo se llama? –le pregunté, acercándome al animal-
-Aníbal –dijo acariciándole el morro- lo domé yo mismo.
    Nos quedamos mirando el amanecer un par de minutos y después, sin preaviso, Anouk se me acercó y me abrazó. Con su altura y los brazos tan fuertes que tenía, me rodeó y me estrechó contra su pecho. Sin poderme contener, le rodeé la cintura con los brazos y le apreté fuerte, saboreando ese abrazo, el mejor abrazo que me han dado nunca.
Sólo habíamos tenido dos encuentros, pero al instante encajamos a la perfección. Era increíble que por sorpresa nos hubiéramos topado los dos con alguien igual a nosotros, con quien nos complementamos. Alguien que sería un verdadero amigo. Él era especial, era único y me estaba dando un abrazo sincero, de esos que no te gustaría romper nunca.
Cuando nos separamos nos miramos sonrientes.
-Siempre me han dicho que mucha gente no nos acepta… pero tú eres especial, nunca me había sentido tan bien con nadie, es bonito hablar contigo –dijo Anouk, se llevó la mano extendida a su pecho y después al mío-Aquí.
-Esto parece un cuento –susurré, negando con la cabeza- tú, tú eres especial Anouk.
Éste sonrió ligeramente y me dio un pellizco cariñoso en la mejilla antes de subirse a su caballo de un salto y salir al galope en escasos segundos.
Le observé mientras se alejaba en el horizonte, madre mía –pensé-. No creía que pudiera estar pasando aquello, Anouk era perfecto; inteligente, era alegre, interesante, tenía un corazón que no le cabía en el pecho y era libre, estaba libre de todas las influencias de la sociedad, aunque por desgracia estaba condicionado por ella.
El tema me dio que pensar y cuando caí, estaba mirando a la nada muerta de frío.
Entré corriendo en la casa, lo más silenciosa que pude y subí a mi habitación. Apagué todas las luces y me acosté sin poder evitar pensar, cómo había llegado a tener ese segundo encuentro tan repentino. Tanto en tan poco.
Al abrir los ojos después de dormir de un tirón miré el reloj, ya eran las tres y media del medio día y mis padres ambos habían salido a trabajar y aun no habían vuelto.
Me levanté, más despeinada que nunca y me dirigí a la cocina, estaba hambrienta así que puse una pizza en el horno y me fui a asearme mientras se hacía.
Comí, después me vestí y salí a montar con Nala durante la tarde, al caer la noche mis padres volvieron y cenamos juntos.
El día se me pasó volando, con lo tarde que me había levantado era normal aunque adoraba dormir sin preocuparme por la hora para levantarme.

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